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viernes, 11 de marzo de 2011

Tercer capítulo: Whitefish


A los nuevos seguidores, y a los que os apetezca volver a leerlo, aquí os dejo un nuevo capítulo de Aliento
Os recuerdo que sólo quedan unos días para votar en la encuesta y que, para no variar, la cosa está muy reñida.
Avanzo en Vida, os lo prometo.
Un abrazo!!!






 WHITEFISH

“A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.”

Oscar Wilde (dramaturgo y novelista irlandés)


Cuando el viernes a última hora de la tarde llegaban a Kalispell, la mayor ciudad comercial del noreste de Montana, dónde decidieron parar a cenar, empezaba a lloviznar.
Daren y Cath se pusieron las chaquetas que habían dejado a mano en el asiento trasero y dieron una carrera hasta el bar de la gasolinera intentando mojarse lo menos posible.
-¡Dios que frío hace! - comentó ella cuando se sentaron en una mesa -. Menos mal que aquí dentro se está calentito.
La temperatura allí era mucho inferior a la de Los Ángeles. Cuando antes de apagar el motor del coche Daren había echado un vistazo al ordenador de a bordo, éste marcaba cinco grados centígrados de temperatura exterior.
Después de comerse unas hamburguesas completas con patatas fritas, los chicos se dirigieron al pequeño supermercado veinticuatro horas dónde compraron agua, leche y algunas galletas para no encontrarse sin nada durante la noche y luego reanudaron la marcha.
Los bosques de un verdor impresionante habían sido la tónica paisajística predominante desde hacia bastantes kilómetros aunque en aquel momento el color no era apreciable, pues la oscuridad lo invadía todo y las únicas luces eran las del salpicadero y las de los faros del coche que mostraban a los chicos la serpenteante carretera hasta Whitefish.
Daren iba concentrado al volante esperando divisar de un momento a otro el letrero que ya conocía por sus visiones.
Desde el incidente de la noche de su cumpleaños, la cosa había estado bastante tranquila. No había tenido ninguna premonición extraña ni macabra y lo único que había tenido en un par de ocasiones eran sueños con una casa rodeada de jardines verdes y con un espeso bosque en la parte trasera.
Al salir de una curva  aparecieron las primeras luces del pueblo y el cartel que el chico había esperado.
-Bueno… ya estamos aquí - dijo Cath mirando a su hermano -. Hogar dulce hogar, ¿no?
Él sonrió.
Al ser viernes había bastante movimiento en las calles, sobre todo en los locales de ocio, por las que pasaron mientras cruzaban el pueblo tal y como su padre les había indicado, pues temía que el GPS del coche no mostrase las afueras.
Al final llegaron a su destino.
Daren reconoció la casa en cuanto la vio. Era algo más grande que las que habían ido viendo al cruzar el pueblo pero tenía la misma estética. La fachada, por lo que pudieron percibir con la poca luz que desprendía la luna cuando asomaba entre los nublados, era de madera al igual que los ventanales, todos ellos cerrados.
Se detuvieron ante la verja sin para el motor.
-Es aquí, Cath - anunció él.
-¿Estás seguro?
Estaba más que seguro. No podía ser una coincidencia que aquella casa fuese como la de sus últimos sueños.
Rebuscó en el bolsillo de sus vaqueros y sacó un llavero con forma de ardilla con tres llaves. Su padre había dicho que eran de la verja, el garaje y la casa.
-No bajes, hace mucho frío - dijo el chico abriendo la puerta y saliendo.
Llevaban la calefacción en el coche y el contraste con el exterior, a pesar de llevar la chaqueta puesta, le puso al piel de gallina. El vaho que producía al respirar le hizo recordar por un momento la visión del hombre tirado en el callejón con aquella niebla desprendiéndose de su cuerpo y se estremeció.
Acertó a la primera con la llave y empujó una hoja de la chirriante verja y luego la otra. El camino empedrado que los conduciría al garaje, al que se accedía por un lateral de la casa, ya les daba la bienvenida.
El chico volvió al coche frotándose las manos.
-Vamos allá.
Metió primera, quitó el freno de mano y avanzaron hacia el interior de la finca.
-Qué oscuro que está todo - comentó Cath.
Cuando estuvieron frente a la entrada del garaje Daren volvió a bajarse para abrir la puerta. De inmediato los faros del coche le mostraron una estancia muy amplia con unos armarios al fondo y una puerta ignífuga que seguramente conduciría al interior de la casa.
A la derecha de esa puerta estaba el cuadro eléctrico. Daren se acercó a él, lo abrió y accionó todos los magneto térmicos. Luego le dio a un interruptor y tras unos parpadeos los fluorescentes se quedaron encendidos.
El chico dio una ojeada rápida antes de volver a salir, para por fin meter el coche dentro.
Esta vez la primera que se bajó fue Cath que dio un respingo al notar el frío del exterior. Daren la siguió después de guardar unos papeles en la guantera.
-No está muy sucio - comentó ella aunque el castañeo de sus dientes no le proporcionó una pronunciación clara.
-La verdad es que no - sonrió él al verla tiritar. Se acercó y la abrazó -. Creo que esta noche te va a costar entrar en calor.
-No tenemos ni agua caliente para darnos una ducha - dijo con nostalgia.
-Voy a buscar la llave de paso, papá dijo que estaba por aquí - buscó en las paredes con la mirada -. Dejaremos correr un rato el agua y luego dejaremos que se llene la caldera. Seguro que mañana ya te podrás duchar.  
Le besó la cabeza y se separó de ella.
-No…- se quejó Cath, pues el abrazo de su hermano había conseguido calmarle la tiritera.
Daren sonrió y se acercó a los armarios. Abrió varias puertas dónde se almacenaban herramientas, pinturas, bombillas y demás enseres, y al final dio con el armario que albergaba la gran caldera. El chico le dio a la llave de paso del agua y después de un ruido como de succión escucharon como ésta empezaba a correr por las tuberías. Esperaron unos minutos y luego Daren encendió la caldera para que empezase a llenarse y a calentar.
Estuvieron merodeando un poco más en el ordenado garaje y luego cogieron las maletas y sendas linternas y se dirigieron hacia la puerta que accedía a la casa.
Subieron por unas escaleras de madera, pues el parking quedaba en un nivel inferior, y aparecieron en un recibidor.
Buscaron el interruptor de la luz en la pared pero cuando Cath lo accionó la estancia no se iluminó. Entonces enfocó con su linterna hacia la pared y vieron que el aplique estaba envuelto con un plástico.
-No debe tener bombillas.
-En el garaje había algunas, luego bajaré.
Las escaleras continuaban hacia el piso superior y en el pequeño rellano dónde empezaban habían aprovechado para colocar un armario empotrado que quedaba camuflado en la pared. También había una especie de cajonera.
El suelo de todo el piso era de parquet del mismo tono que las escaleras y  las vigas, visibles en el techo, que aportaban calidez.
La puerta principal era de dos hojas en madera blanca y acristalada para propiciar la entrada de luz natural que en esos momentos era inexistente.
El acceso al salón-comedor se hacía a través de dos columnas forradas en madera del mismo color que las vigas. No había puertas. Un desnivel en el suelo separaba los dos ambientes sin romper la integración y la continuidad.
Se acercaron a la zona del salón alumbrándose con las linternas. La pieza con más presencia era la chimenea cuya embocadura era de piedra. En torno a ésta y en forma de U, dando sensación de recogimiento, había dos sofás de chenilla en tonos grisáceos y una butaca en cuero negro. En medio, una mesa de centro terminaba la composición.
Sobre la chimenea había una repisa de madera con dos lamparitas también plastificadas.
El salón contaba con una mampara corredera que aislaba un completo despacho. Por ambos lados la mampara había sido aprovechada como estantería con cristaleras. Y por ambos lados, las repisas estaban repletas de libros.
El escritorio que había en el despacho era de madera en tono oscuro y era el único mobiliario junto con una silla tapizada en un tono suave.
Después de observar toda esa zona se dirigieron hacia el comedor dónde había una moderna alacena y una mesa rectangular, ambas en madera clara. Las seis sillas que rodeaban a ésta última estaban tapizadas en un color piedra similar al de los sofás.
La cocina quedaba integrada en el comedor a través de una barra de desayunos. Los muebles eran actuales e imperaba el negro y el acero. Empotrados en la pared, en los espacios que quedaban entre las vigas, estaban los focos, que en ese momento no tenían halógenos.
-¡Esta casa es una pasada! - exclamó la chica enfocando de un lado a otro con la linterna -. Vamos a estrenarlo todo.
-Eso parece.
Absolutamente todos los muebles, lámparas y electrodomésticos de la casa estaban embalados.
-Estoy deseando ver las habitaciones. ¿Subimos?
-Usted primero señorita - asintió él dándole paso con la mano.
Cruzaron la estancia hacia las escaleras y empezaron a subir.
El distribuidor del piso superior estaba libre de muebles y todo el techo era a cuatro aguas con vigas también a la vista, pero barnizadas en color wengué. El suelo en cambio estaba enmoquetado en un tono arena.
La primera estancia a la que entraron produjo una exclamación de asombro por parte de Cath, ya que se encontraron con un enorme baño unido al dormitorio principal, que estaba situado al fondo y que podía aislarse con unas puertas correderas de cristal ahumado. Los muebles, perfectos en su forma y colocación, eran del mismo tono que las vigas y daban una sensación de unificación total. Todo era moderno y a la vez cálido.
En el dormitorio nada quedaba descuidado aunque el mobiliario era el justo. La cama de matrimonio no tenía cabezal ya que un ventanal apaisado que quedaba encima hacía las veces de éste y de repisa. El cálculo en cada elemento había sido de una increíble precisión y buen gusto. El mueble que más sobresalía era el armario de cuatro hojas, también combinado en tono wengué, que ocupaba toda una pared.
La siguiente habitación tenía dos camas individuales pero amplias con cabeceros tapizados en un tono celeste casi grisáceo y entre ambas había una moderna mesita lacada en blanco. El wengué en esta ocasión sólo estaba presente en las barras para colgar las cortinas, en esos momentos sin nada, y en los tiradores y algún cajón del armario.
Este cuarto se unía a otro mediante un baño, no tan grande como el de la suite, pero igual de impresionante en cuanto a equilibrio.
Cuando entraron en la última habitación, a través del baño y no de la puerta que daba al pasillo, Daren tuvo un nuevo flash en su memoria. La visión rápida pero nítida y familiar de un niño sentado en un suelo enmoquetado apareció como un recuerdo aunque sólo duro unos segundos.
La habitación era similar a la anterior pero algo más reducida y con una sola cama.
Daren no reconoció el mobiliario ni la distribución pero sí la estancia. Entonces tuvo absoluta certeza de que no era la primera vez que estaba en aquella casa, y que aquel cuarto en el que ahora se encontraba con su hermana había sido suyo antes.
-¡Increíble! - exclamó Cath -. La casa desde fuera no parece lo que es.
-Supongo que mantuvieron la fachada de madera típica de la zona y por dentro la han reformado entera.
-¿Qué cuarto quieres?
-Bueno…- el chico tenía claro que no se trataba de decidir, pues eso ya se había hecho hacía años -. Ya me quedo yo con éste. El de las dos camas tiene más armario y seguro que tú lo prefieres.
-¡Gracias!
-Ahora será mejor que llames a casa. Yo voy a buscar bombillas al garaje.
-¿Cómo vamos a dormir hoy? Los colchones están todavía con los plásticos y las sábanas no sé…- se acercó al armario y lo abrió. Dos juegos de sábanas y dos mantas estaban en sus respectivas fundas, sin estrenar -. Bueno, sí sabemos dónde están.
-Supongo que cada habitación tendrá su ropa en el armario.
-También hay unas cortinas… creo - anunció ella enfocando un estante superior.
-Lo mejor será que desembalemos los sofás y cojamos un par de mantas cada uno. Sólo pondré luces en las lámparas de la chimenea. Mañana cuando podamos abrir los ventanales y entre luz ya nos pondremos a trabajar.
-Me parece bien - Un escalofrío volvió a recorrer el cuerpo de la chica. Daren se percató de ello y sonrió  -. ¿No tienes frío?
-Un poco. Miraré de conectar la calefacción, a ver si funciona.
-Había leña abajo, la chimenea no será más rápida…
Daren le pasó un brazo por los hombros y ella se acurrucó contra su costado.
-Lleva años sin usarse y será mejor comprobar que no está obstruida antes de encenderla.
-Bien…- suspiró.
-Cojamos las mantas y bajemos.


Daren se agachó junto al sofá que ocupaba su hermana que ya se había ovillado bajo las mantas. La luz de las lamparitas era acogedora y suficiente para la zona del salón.
-¿Estás bien, Cath? - le preguntó.
Ella sonrió afirmando con la cabeza.
-¿Y tú? - preguntó luego.
-Estoy bien. ¿Quieres que deje las luces encendidas?
-No tengo miedo.
-¡Qué valiente! - bromeó él besándole la frente.
-Es porque tú estás conmigo.
El chico la miró unos segundos y luego se levantó sin compartir la seguridad que le transmitía a su hermana. Se acercó a la chimenea, apagó una de las lámparas y antes de apagar la otra se volvió hacia la chica.
-Intenta descansar, mañana tenemos mucho trabajo.
-Descansa tú también.
Cuando la estancia se quedó a oscuras, Daren encendió su linterna para volver al sofá. Se tumbó en él y se tapó con las mantas.
A los pocos minutos la respiración de Cath se hizo más profunda y pausada. Daren se concentró en las armoniosas y tranquilizadoras inspiraciones y expiraciones de la chica y también se quedó dormido.
Soñó con su infancia de nuevo. El niño sentado en la moqueta en pijama era él. La noche estaba extrañamente clara y no tenía ninguna luz encendida, ya que la luna le proporcionaba la suficiente para jugar con su nuevo coche de bomberos. De repente se escucharon ruidos de carreras en el pasillo y la puerta de la habitación de al lado se abrió. Una voz de hombre dio una orden clara, “Sylvia, ya sabes lo que tienes que hacer”. Después volvieron a oírse pasos que bajaban las escaleras apresuradamente. La puerta del baño se abrió de golpe y una niña de unos diez años en camisón se acercó a él.
Daren se incorporó de golpe agitado y sudando. Tardó unos segundos en ser consciente de que todo había sido un sueño.
Se sentó dejando caer las mantas al suelo y se agarró la cabeza con ambas manos echado hacia delante. El dolor era insoportable. Estuvo unos minutos inmóvil viendo a la niña en su cabeza. La misma niña que ya había visto en el sueño del monovolumen que lo había llevado hasta Whitefish.
Cuando la presión de su cabeza pareció disminuir un poco se echó hacia atrás.
Por los ventanales quería filtrarse la luz. Eran casi las ocho de la mañana.
Se levantó sin hacer ruido y se fue hacia la cocina dónde bebió un poco de agua y se sentó en uno de los taburetes de la barra. El dolor parecía remitir pero de vez en cuando una punzada le hacía cerrar los ojos y llevarse las manos a la cabeza.
Una sensación cálida y de leve presión en su espalda lo hizo volverse. Cath estaba tras él envuelta en una manta.
-¿Te duele la cabeza? - le preguntó.
-Sólo un poco – mintió -. ¿Tienes algo en el bolso?
-Voy a buscarlo, creo que tengo algún Motrin.
Regresó a los pocos segundos con una cápsula que dejó junto al medio vaso de agua que Daren tenía sobre la barra.
-Gracias Cath.
-No hay de qué - sonrió ella.
Todo estaba en penumbras pero la calefacción ya había conseguido templar el ambiente y no se notaba la sensación de oscuridad fría.
-Tenemos que salir a comprar.
-Relájate un poco Daren. Yo haré una lista con lo más urgente.
-Está bien, que no se te olviden los ibuprofenos.
Cath lo observó tragarse el medicamento con un poco de agua. Luego dejó el vaso en el fregadero y se acercó a una puerta de aluminio lacado en blanco. La abrió y  tiró de la cuerda de la persiana. El aire fresco de la mañana se coló entre las rendijas de los portones de madera, también blanca, que eran el último obstáculo que le permitían una entrada libre a la casa. Daren empujó estos últimos hacia fuera y toda la estancia se inundó de luz y frescor.
Después de una pequeña terraza de piedra se abría sitio un pequeño prado y luego, a unos pocos metros, el bosque.
Un bosque tan espeso y de un color verde tan intenso que parecía irreal, dónde predominaban enormes pinos y abetos.
Daren se sintió despejado ante tanta inmensidad. Cath se acercó a él.
-Qué bonito - comentó.
El chico se echó a un lado para que su hermana viese mejor y afirmó con la cabeza.


Pasaron gran parte de la mañana arreglando la casa. Desembalándolo todo y colocando luces. La única habitación que por el momento decidieron no tocar era la de matrimonio. Aunque sabían de sobras que si alguno de ellos hubiese decidido ocuparla, sus padres no hubiesen puesto ninguna objeción.
La casa con todos los ventanales abiertos parecía más grande aún. Los colores de las cortinas, las tapicerías y las paredes eran el complemento perfecto para que el verdor del exterior resaltase. La sensación de serenidad era impresionante.
-¿Crees que nos podremos duchar?
-Sí. La caldera funciona perfectamente, cómo todo lo demás – contestó Daren sonriendo -. No creo que hayan reformado la casa hace mucho, sino hubiésemos tenido más problemas.
-Entonces subo yo primero, ¿vale?
-Yo acabaré de poner los halógenos en la cocina, no tardes mucho.
-Tranquilo  – sonrió ella corriendo hacia las escaleras.
Daren terminó su tarea y se acercó a uno de los grandes ventanales del salón que daban a la parte delantera de la casa. El jardín necesitaba un buen arreglo y todo estaría listo. Parecía que la casa se había preparado para su llegada y casi no había ni polvo.
Cuando salieron de la finca en coche eran las dos del mediodía pasadas. Habían decidido comer fuera y luego ir a comprar, así que se dirigieron hacia el pueblo sin un rumbo determinado.
Cuando llegaron aparcaron en el primer sitio que vieron y se bajaron del coche para seguir a pie. A ambos les apetecía conocer el lugar.
Daren se percató de que varios ojos curiosos se dirigieron hacia ellos en cuanto pusieron un pie en el suelo, pero supuso que era normal. No eran residentes y quizá el coche también llamaba bastante la atención. Lo único que esperaba, era que no los hubiesen reconocido.
Echaron a andar por una calle que parecía bastante comercial y decidieron entrar en un local no muy grande pero que parecía tener éxito entre los vecinos porque estaba bastante concurrido.
Daren empujó la puerta de madera y dejó paso a Cath. Algunas miradas se volvieron hacia ellos cuando la puerta se cerró.
Una chica con un delantal de rayas se les acercó sonriendo.
-Buenas tardes - los saludó -. ¿Quieren comer o sólo tomar algo?
-Venimos a comer, gracias - le contestó una sonriente Cath.
-Vengan por aquí.
La camarera los guió hasta una mesa de dos en el fondo del local y les dejó sendas cartas sobre ésta.
-En un minuto les vengo a tomar nota, ¿vale? - les dijo cuando ellos ya se habían sentado.
Luego miró a Daren, sonrió y se alejó levemente sonrojada.
-La gente parece muy amable - comentó sonriente Cath.
-Y alguna muy curiosa…- dijo él al percatarse que tres chicos sentados en la barra los miraban sin disimulo.
-Yo también me he dado cuenta. No sabía si era por el coche o por ti.
El chico la miró extrañado.
-¿Por mí?
-Sí. Había dos chicas cuando hemos entrado en el pueblo y te has parado en el semáforo que no nos quitaban el ojo de encima. Estuve a punto de saludarlas -explicó divertida.
-Pues yo creo que los tres tíos que hay en la barra deben ser gays o a la que miran es a ti, porque si no no lo entiendo - le dijo él por lo bajo.
Ambos se echaron a reír.
-Supongo que no nos tienen vistos por aquí y por eso nos miran.
-Es posible… porque no me gustaría que nos hubiesen reconocido.
La misma camarera se les acercó.
-¿Han decido ya lo que van a tomar?
-Yo tomaré el risotto de setas y una cola.
-Pues yo…- dudó Cath mirando aún la carta -. Yo el risotto de guisantes y queso.
-¿Y para beber? - le preguntó apuntando el pedido.
-Otra cola.
-Enseguida estarán servidos.
Recogió las cartas y los volvió a dejar solos.
Los chicos estuvieron bromeando con la expectación que parecían causar durante la comida, que resultó estar deliciosa, y luego Daren llamó la atención de la camarera para que les trajera la cuenta.
-Aquí la tienen - sonrió alargándole un papel al chico.
Daren sacó un billete de la cartera y se lo tendió.
-Quédese con el cambio - le dijo.
-Vaya, gracias.
-Estaba todo delicioso - sonrió Cath -. Seguro que repetimos más de un día.
-Me alegro de que todo haya sido de su agrado.
-¿Podría indicarnos dónde hay un supermercado? - continuó hablando Cath.
-Siguiendo hacia abajo, la segunda calle a la derecha.
-Gracias.
Los chicos se levantaron sonriendo a la camarera y salieron del local causando la misma expectación que cuando habían entrado.
Siguieron las indicaciones que les habían dado y encontraron el supermercado que contaba con una amplia zona de aparcamiento.
-Creo que voy a ir a por el coche.
-Está bien. Yo te espero dentro cotilleando un poco - sonrió Cath.
Daren se volvió para deshacer el camino hacia donde habían dejado el vehículo y Cath se adentró en la superficie comercial.
Había bastante gente para ser mediodía, sobretodo familias. Los niños corrían por entre medio de los pasillos pero como todos parecían conocerse nadie les regañaba ni se preocupaba porque se perdiesen. Cath pensó que aquello, en una de las grandes superficies a las que ella estaba acostumbrada a ir en Los Ángeles, hubiese sido imposible.
Se acercó a los carros de la entrada y cogió uno. Luego se perdió por entre los pasillos cogiendo cosas. Muchas estaban en la lista y muchas otras no.
-¡Hola! - la saludó alguien a su espalda.
Ella se giró sobresaltada. Uno de los chicos que  habían estado observándolos en el bar estaba plantado tras ella con el uniforme rojo y blanco del establecimiento.
-Hola - dijo ella.
-Cuando te vi en la cafetería pensé que estabas de paso, pero visto lo cargado que llevas el carro empiezo a dudarlo – sonrió -. Me llamo Simon Carter.
El chico le alargó una mano. Parecía amigable. Debía tener más o menos su edad y tenía el pelo castaño rojizo.
Cath sonrió y encajó su mano con la de él.
-Yo soy Cath Smith.
-¿Te has mudado a vivir aquí? - le preguntó seguidamente observando la compra.
-Bueno… sí. Llegamos ayer.
Daren apareció por uno de los pasillos y se acercó a su hermana con el móvil en la mano. Los dos chicos se miraron y después de unos segundos Daren alargó el teléfono hacia ella.
-Es para ti, Cath - dijo.
La chica cogió el teléfono.
-Bueno Simon, ya nos veremos por el pueblo - se despidió.
-Sí - asintió él sonriendo.
Daren hizo un gesto de cabeza al chico, que le correspondió de igual forma, y se alejó empujando el carro tras su hermana que hablaba atropelladamente con su madre.
Al cabo de unos minutos, cuando estaba en las neveras, Cath se acercó a él resoplando.
-¿Tan cría soy, Daren?
El aludido sonrió, dejó en un estante los yogurts que estaba mirando, y le pasó un brazo por los hombros.
-No te enfades con mamá.
-Es que a veces me trata como si tuviese diez años - protestó ella.
-Tiene esa tendencia proteccionista, pero es normal.
-No sé…- suspiró.
-Pues menos mal que no te ha visto ligando con ese tal… Simon - bromeó Daren.
-¡Oye! - exclamó ella dándole un suave codazo –. Que yo no estaba ligando, ha sido él quien se ha acercado a mí.
-Pues que sepas que te ha estado observando todo el rato - le comentó él por lo bajo -. Es más, no te gires pero ahora mismo nos está mirando.
-Bromeas, ¿no? - se sorprendió ella sonrojándose levemente.
-No - sonrió.
-Cambiemos de tema, por favor. ¿Has cogido ya los yogurts?
-Cógelos tú, ya sabes que yo no tengo preferencias.
Cath le metió el móvil en el bolsillo de la chaqueta y se acercó a la nevera. Daren la observó, sabiendo que no era el único que lo hacía.
Cogieron algunas cosas más y después de pagar y cargar el coche fueron en busca de una farmacia. Cuando salían de ésta, al otro lado de la calle, vieron un centro de jardinería que ocupaba casi toda una manzana.
-¿Será sólo venta o vendrían a arreglarnos un poco el jardín? - se preguntó Cath en voz alta.
-Vamos a preguntar.
Cruzaron la calle y entraron en el local. El tintineo de un colgante espanta espíritus que había sobre la puerta los recibió.
El establecimiento era bastante grande. Había parte del techo en madera y parte en cristal, como un invernadero. En el centro había un lago artificial lleno de nenúfares blancos y rosas, con una fuente en forma de ninfa, que desprendía chorros de agua por las flores que la rodeaban, y peces de colores a los que dos niños estaban tirando trocitos de pan.
El mostrador estaba entrando a la derecha y todo lo demás eran grandes tableros, como si fuesen mesas, repletos de macetas entre los que la gente paseaba.
Al fondo del local junto a la pared de piedra estaban las plantas y los árboles de mayor envergadura y también los sacos de tierra, maceteros y adornos de jardín.
La temperatura en el interior era agradable por la climatización.
Daren se acercó al mostrador mientras su hermana se entretuvo con sólo entrar mirando unos cactus. Un hombre de unos cuarenta años dialogaba con otro más mayor que estaba sentado en un taburete de madera.
-Buenas tardes - los saludó el chico.
El más joven se volvió hacia él.
-Buenas tardes, señor. Soy Lucas Anderson. ¿Podemos ayudarle en algo? - le preguntó cortésmente.
Daren se percató de que el otro hombre, con el pelo negro pero bastante canoso y de aspecto indio, lo estudiaba con sus penetrantes ojos oscuros y media sonrisa en los labios.
-Quería preguntarle si ustedes arreglan jardines…- dijo dirigiendo de nuevo la mirada hacia su interlocutor.
-Claro que sí, no hay problema. ¿Ha comprado alguna casa en el pueblo?
-Bueno… algo así. Tenemos una casa en el pueblo pero hacía años que no veníamos y el jardín está un poco… asalvajado - explicó.
El hombre rió con la expresión que Daren había utilizado para referirse al estado del jardín.
-Será un placer domesticarlo - dijo luego.
El chico también sonrió y volvió a mirar al otro hombre que no le había quitado el ojo de encima y con el que sostuvo la mirada durante unos segundos, mientras el señor Anderson buscaba una libreta en una estantería.
-¿Dónde tenemos qué ir? - cogió un bolígrafo para anotar la dirección.
-Es la casa que hay a las afueras en dirección al lago. Está a un kilómetro del pueblo – explicó.
Hubo un silencio y Daren se sintió observado por otro par de ojos más que se habían levantado de la libreta.
-Es el muchacho de los Turner - dijo con seguridad y levantándose el hombre con rasgos indios.
-Creo que se equivoca…- Daren los miró a ambos -. Mi apellido es Smith.
-¡Claro! - exclamó el señor Anderson –. Los Smith compraron la casa y estuvieron reformándola hace poco más de un año.
-Sí, así es - afirmó Daren.
-Smith…- murmuró el otro volviéndose y echando a andar hacia el interior de la tienda mientras negaba con la cabeza -. Iscê - dijo lo bastante fuerte para que el chico lo oyera antes de perderse tras una puerta.
-¿Qué ha dicho? - se interesó en saber Daren.
-Creo que le ha dicho algo en salish.
-¿Salish?
-Es la lengua de los indios Flathead, pero no le de importancia. Mi suegro tiene a veces unas neuras extrañas.
-Pero… usted no es indio, ¿no? - dudó Daren.
-No, claro que no - sonrió el señor Anderson -. Él se enamoró de una americana y dejó la reserva por ella. Yo estoy casado con su hija – hizo un gesto con la cabeza.
Daren se volvió y vio a una mujer con el pelo azabache recogido en una trenza que llevaba un delantal verde y hablaba con unos clientes.
-Pero bueno… dejemos las charlas para cuando nos encontremos en algún bar. ¿Le va bien que vayamos el sábado que viene o tiene mucha prisa?
-No, no. El sábado está bien.
-Me deja un teléfono de contacto, por favor.
Daren le dio su número de móvil y después de acabar de arreglarlo todo se volvió para buscar a su hermana.
Cath curioseaba las diferentes macetas de una mesa cuando una chica se acercó a ella.
-¡Hola!¿Puedo ayudarte en algo? - le dijo sonriendo.
Cath la miró. Era una chica de su estatura y probablemente de su edad que la miraba con sus preciosos y brillantes ojos oscuros que le recordaron a los de su hermano por la profundidad que transmitían.
-Sólo estaba mirando - le contestó.
-¡Genial! - exclamó vivazmente -. Mira todo lo que quieras y si necesitas cualquier cosa búscame, estaré por aquí.
-Bien - sonrió Cath.
La chica se volvió con un enérgico movimiento y su larga melena castaña oscura, recogida en una cola, se ondeó.
Cath la observó alejarse por el pasillo por el que su hermano se acercaba a ella y vio como al cruzarse y rozarse sus brazos, ambos se volvieron.
Ella, que sonreía con intención de disculparse, cambió su expresión al mirar a Daren y se quedó inmóvil. Él se sintió extrañamente amenazado y a la vez atraído.
-Layla, ven un momento - dijo alguien desde algún punto del local.
-Perdona - susurró entonces ella volviéndose y corriendo hacia el mostrador.
Daren no dijo nada, simplemente la siguió con la vista.
-Tiene unos ojos increíbles - comentó Cath que se había colocado junto a él. Su hermano la miró extrañado -. La chica con la que has tropezado.
-No me he fijado…
-Pues yo hubiese jurado que sí lo has hecho - rió ella.
-¿Te estás vengando por lo de Simon? - le recordó él burlón.
-Está bien, no he dicho nada. ¿Vendrán a casa?
-Sí, el sábado que viene.
-¿Nos vamos ya?
-Si has terminado de mirar…
Ella afirmó con la cabeza y ambos echaron a andar hacia la puerta. Cuando Daren la abrió y dio paso a su hermana su vista se desvió hacia el mostrador dónde la chica cobraba a unos señores y dónde el indio volvía a mirarlo.